La nueva IA de moda: ¿confesor digital o negocio millonario?

Hace apenas tres años, ChatGPT sorprendió al mundo con su capacidad para conversar de todo. Hoy, más de 700 millones de usuarios activos lo han convertido en la herramienta digital más usada en escuelas, trabajos y consultas personales.Pero entre usos académicos y laborales, surgió un fenómeno inesperado: la IA como guía espiritual. Lo que empezó como simples experimentos con textos religiosos se transformó en un negocio global con millones de descargas y suscripciones pagadas.
Según OpenAI, el 72% de las interacciones en ChatGPT son personales, y muchas derivan en reflexiones emocionales o espirituales. De ahí que surgieran aplicaciones específicas como Bible Chat, con más de 30 millones de descargas, o Hallow, que ha superado en popularidad a Netflix y TikTok en la App Store.La fe encontró un nuevo “sacerdote del siglo XXI”: un chatbot disponible 24/7 que no juzga, no contradice y siempre responde.
La espiritualidad digital no es gratuita. Apps como Hallow cobran 70 dólares al año, mientras que otras versiones ofrecen suscripciones mensuales con contenido exclusivo, rezos guiados y acceso ilimitado a “charlas con Dios”.En China, DeepSeek lidera el mercado, mientras que en Occidente la preferencia recae en asistentes de IA que refuerzan las tradiciones religiosas cristianas. Para críticos, se trata de un modelo de negocio que capitaliza la vulnerabilidad espiritual de las personas.
Los expertos advierten que la adulación constante de las IA religiosas puede llevar a la dependencia emocional. Sin contradicción ni filtro crítico, estas apps refuerzan creencias sin cuestionarlas.Además, la privacidad es un factor clave: las confesiones personales quedan almacenadas en servidores, con riesgos de uso indebido. Casos extremos han mostrado usuarios convencidos de descubrir “secretos universales” tras conversaciones con la IA, lo que abre debates sobre la responsabilidad de las empresas tecnológicas.
María, una estudiante universitaria en Madrid, solía asistir a misa cada domingo. Pero entre exámenes y mudanzas, dejó de ir. Una noche, buscando consuelo, descargó ChatwithGod. Tras escribir sus dudas, recibió un mensaje que parecía hecho a su medida.“Sentí que alguien me escuchaba sin juzgarme”, cuenta. Lo que inició como una curiosidad terminó en una suscripción anual. Hoy, María dice que la IA le da calma, aunque sabe que no sustituye a la comunidad humana de su parroquia.
Las aplicaciones religiosas basadas en IA son, al mismo tiempo, un refugio y un riesgo. Para unos, democratizan la espiritualidad en un mundo hiperconectado. Para otros, son un recordatorio de que incluso la fe puede ser convertida en un servicio de suscripción.Lo cierto es que la inteligencia artificial no solo está cambiando el trabajo y la educación, sino también la forma en que buscamos guía, consuelo y compañía.
La Verdad Yucatán