'La danza de las desposeídas': el arte de invocar al pasado para bailar con él en el presente

Basta un olor, un sabor, un gesto mínimo para que lo olvidado regrese y se haga presente. En Úbeda, esta semana, la memoria no se enciende con el gusto de un dulce —como ocurrió con la magdalena de Proust—, sino con el sonido de unas castañuelas, la curva de un brazo y el eco de la danza bolera.
Hace más de tres siglos, nacida en Andalucía, la escuela bolera alcanzó el prestigio de la Ópera de Viena, el Covent Garden, la de Berlín o la de París. Las estrellas, las mejores bailarinas eran entonces bailarinas boleras; mujeres que con virtuosismo académico elevaron lo popular a un lenguaje universal.
Y sin embargo, pese a su esplendor, hoy la escuela bolera apenas nos convoca imágenes claras. Su rastro se percibe más en archivos y libros que en salas de ensayo, mientras que tradiciones como la Bournonville en Dinamarca o la Vagánova en Rusia han sabido conservarse como patrimonio vivo.
Es aquí donde entra en escena la bailarina e investigadora Carmela Muñoz, que esta semana ha decidido invocar a las “desposeídas”: esas memorias de la danza bolera que esperan todavía un cuerpo que las vuelva a encender. Y el lugar elegido no podía ser más simbólico: la iglesia de San Lorenzo de Úbeda, un templo del siglo XIII convertido en centro cultural gracias a la Fundación Huerta de San Antonio.
El proyecto lleva por título “La danza de las desposeídas” y se abre al público este sábado. No es un espectáculo al uso, sino una residencia en la que una docena de bailarinas y creadores se sumergen en un laboratorio de memoria. La idea, explica Muñoz, es “sentar a la tradición y al presente en la misma mesa para que se cuenten sus problemas y, sin saber quién da el primer paso, se pongan a bailar”.
Carmela lleva trabajando desde 2019 con danzas histéricas y de invocación y, si en buena parte se ha nutrido de la danza experimental argentina de los sesenta, las bailaoras flamencas de los ochenta y la danza posmoderna norteamericana, hay una figura que destaca entre todas las referentes que tiene el nombre de Carmencita Dauset: la primera mujer en la historia en ponerse frente a un cinematógrafo, y cuya fama en Estados Unidos a finales del XIX da cuenta de la potencia universal de la bolera. Su sombra, junto a la de tantas bailarinas olvidadas, es invocada entre los muros de San Lorenzo como un gesto de resistencia y deseo: que la bolera deje de ser un objeto de vitrina y vuelva a habitar el cuerpo vivo de hoy.
La danza actual en diálogo Las “desposeídas” que se invocanLas “desposeídas” son las danzamistas que forman parte del elenco que trabaja esta semana en la iglesia de San Lorenzo. Acogen este nombre porque no poseen la tradición de la danza bolera y participan: Esther Solé Alarcón, Celia Espadas, Pepe Lolo, María Cerezo, Gaia Pellegrini, Roberto Guglielmi, Sandra Cruz, Sara Santervás y Carlota Malo.El plan de trabajo es una mezcla insólita: técnica bolera, improvisación poética, diálogos entre músicas y cuerpos, y los paisajes sonoros diseñados por Derek Van den Bulcke, que atraviesan el flamenco y territorios que quizá nunca vuelvan a escucharse.
En el fondo, lo que sucede esta semana en la iglesia de San Lorenzo no es solo un ensayo artístico, sino un ritual de invocación: traer de vuelta a las boleras olvidadas, dejar que la memoria encuentre un cuerpo, y que los muros de una iglesia, testigos de rezos y silencios, aprendan también un compás nuevo.
Como la magdalena mojada en té que devolvió a Proust la infancia, aquí un compás de bolera convoca siglos de cuerpos y memorias olvidadas. Y tal vez, cuando alguien regrese a estas paredes, descubra que las piedras todavía repiten, bajito, el eco de una danza que se resiste a morir.
lavanguardia