Blindado: cuando la rancia metáfora neocon se come al thriller (**)

En su momento, la película 4x4 firmada por un Mariano Cohn independizado en parte y por primera vez de Gastón Duprat (juntos firmaban el guion, pero no la dirección) sorprendió por lo que sorprenden las cosas sorprendentes. Y no fue tanto por el susto inicial como por la duda sostenida. Nos explicamos. La película argentina de antes de la pandemia (2019) se planteaba como antes que ella lo habían hecho producciones como Buried, de Rodrigo Cortés, o 127 horas, de Danny Boyle, o, Locked, de Steven Knight, o, mucho antes, Náufragos, de Alfred Hitchcock. Desde el primer fotograma quedaba claro que toda la película iba a discurrir en un espacio tan reducido que se diría casi inexistente. Ni siquiera un escenario, una simple caja: un ataúd, un bote salvavidas, una cueva o, en este caso (como en la citada Locke), dentro de un coche. Y la sorpresa venía asociada a la sospecha del espectador de que una película así no es posible. La duda, decíamos, es lo que cuenta antes que simplemente el susto. Toda la película no era más, y de ahí la gracia y el tour de force, que una refutación de las expectativas de la audiencia. Cada una de las citadas, cada una a su modo, lo lograba.
Blindado es un remake de 4x4. Se diría incluso que antes que de un remake al uso se trata una actualización 2.0. Lo que antes discurría en un universo digital restringido (había móviles, pero el coche era de ésos que emiten CO2 a lo loco), ahora lo hace en el entorno aséptico, sibilante y plagado de pantallas que nos ha traído la pesadilla eléctrica. La idea es jugar a los contrastes: todo lo sucio, perdido, desnortado y analógico de fuera frente a la claridad de luz led de dentro. Y en el contraste, la metáfora digamos social.
Un ladrón desesperado y sin dinero (de ahí su desesperación) intenta robar un coche. Lo que no sabe es que el vehículo que ha elegido en verdad es una trampa. El pobre se convierte en objeto de la venganza de un rico que decide resarcirse en la carne de su víctima de una afrenta descomunal que, por aquello de no reventar más de lo necesario, no diremos. La historia se mantiene con respecto al original, pero igual que el entorno y el país de localización, también la trama se renueva. Aquella era una reflexión bastante estándar sobre la culpa y el delito, sobre el alcance de la responsabilidad individual frente a los condicionantes sociales. Pero siempre respetando las reglas de un género que se quería y se vanagloriaba de ser muy de serie B. Ahora cambia ligeramente el ángulo. Digamos que la metáfora se potencia a costa de la fiebre del thriller y ahí, sin duda, el error.
El director David Yarovesky que ya demostrara su buena mano para el género en El hijo (2019) duda entre primar la simple y gozosa tensión del planteamiento por fuerza claustrofóbico o, dos paso más allá, profundizar en el argumentario existencial o social. Probablemente y el hecho de que junto al protagonista (Bill Skarsgård) se encuentre el inconmensurable Anthony Hopkins obliga a lo segundo. Y aquí es donde empiezan las problemas. Blindado no tarda más que dos planos en enfangarse en una charleta neoliberal de saldo sobre los méritos, los esfuerzos, la inseguridad okupa y lo vagos que son los pobres que, sencillamente, descorazona. No habla de la inmigración, pero como si sí. Lo más triste con todo es que la víctima pobre (además de pobre víctima) se lo cree. Y aquí no desvelamos nada que no veamos todos los días en las noticias cada vez que hay unas elecciones da lo mismo dónde.
Blindado consigue así reactualizar el original de manera tan plena que hasta abraza el ideal más turbio y reaccionario que nos consume a fecha de hoy de manera tan completamente digital como transparente.
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Director: David Yarovesky. Intérpretes: Bill Skarsgård, Anthony Hopkins, Ashley Cartwright, Michael Eklund. Duración: 95 minutos. Nacionalidad: Estados Unidos.
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