Elena Poniatowska: Alegría por la vida

H
ablemos de ti, Lucero, de la fotógrafa y de tu obra
−ruego a Lucero González, quien se ríe de mí y huye como paloma, aunque sonríe con el entusiasmo festivo que siempre acostumbra. De hecho, Lucero González sonríe y ríe, y en un abrir y cerrar de ojos salta a la vista una mirada traviesa que ilumina su rostro redondo, de niña eterna abierta a la vida. Lucero es tragaños, coqueta y juguetona. Verla sonreír es devolverle la sonrisa en un santiamén, porque con ella todo es inmediato. Los viernes, en las dichosas comidas de los viernes
de Marta Lamas, en las que nos reunimos hasta 12 o 13 amigas, Lucero lleva la batuta porque es la de más años de asistencia
y sus hijos son amigos de hace tiempo de Diego Lamas. En esas comidas, si el asiento de Lucero queda vacío, preguntamos invariablemente: ¿Qué pasó con Lucero?
¿Acaso se embarcó en un nuevo proyecto en Oaxaca, en Yucatán, en Jalisco, y está de pie en la negrura de algún cuarto oscuro revelando sus fotos?” Gran fotógrafa, Lucero es la autora del mejor retrato de Cristina Pacheco, la autora de Sopita de fideo, y de creadores como Leonora Carrington, Juan Soriano y Carlos Monsiváis. Lucero, madre de dos hijos, ha dado conferencias y cátedras sobre arte y sobre todo de creatividad y sobrevivencia, tanto en foros públicos como en todas las oportunidades feministas en las que le piden su opinión en vista de la experiencia adquirida, tanto en el pequeño grupo
, con las dos Martas, la Lamas y la Acevedo, y en La Jornada, así como en Bellas Artes, el Museo Nacional de Antropología y otros escenarios en los que Lucero, además de exponer su obra, sabe hablar de lo que significa ser mujer y feminista, sin olvidar jamás a las mujeres de provincia, a las que ella honra con su obra a lo largo y a lo ancho de la República Mexicana.
–Yo soy una mirona; soy curiosa. Las cosas me llaman mucho la atención y esa capacidad ha ido en aumento con los años y los viajes que he podido hacer. Nací en la capital del país, y me llevaron recién nacida a Oaxaca, un mundo increíble, lleno de color y de culturas espléndidas que se reflejan en fiestas, ceremonias, rituales, costumbres. No hay en ningún otro estado lo que un artista puede encontrar y cultivar como Oaxaca, que para mí es único en el mundo.
“Mi mamá tenía la costumbre de llevarnos los domingos a comer sandía a Monte Albán y subirnos a la pirámide, cosa que ya no se permite, porque cuando cae el Sol todo mundo tiene que salir de la zona arqueológica. Para nosotros, el chiste era ir con una gran sandía y comerla al pie de la pirámide, pasar la tarde contemplando la puesta del sol y chupando nuestros dedos pegajosos de azúcar. Mi padre era médico epidemiólogo, maestro en salud pública, e hizo las campañas de paludismo del doctor Luis González Piñón. Trabajó muchos años para la Secretaría de Salubridad en campañas que evitaron las muertes por contagio.
“Mi padre fue un gran viajero y un apasionado de las culturas de Oaxaca, que estudió a fondo. Los domingos nos llevaba a distintos pueblos y convivíamos con las familias que lo consultaban, y como era muy querido, le ofrecían: ‘doctor, véngase, le hicimos unos tamales’; ‘doctor, fíjese que hay cosecha de mangos y le guardamos una cantidad’. Yo creo que eso me comprometió más con el mundo indígena e hizo que me fascinaran esas culturas mucho más que el griego y el latín, que cursé en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Vivimos lo más cercano al Valle de Oaxaca con zapotecos y mixtecos, pero también fuimos mucho a la Sierra Norte de Oaxaca, y ahí tratamos muchísimo a los mixes y a las mujeres del Istmo; conocimos y quisimos a los ikoot, que despectivamente nombraban huaves, lo cual no les gustaba. Todo eso me abrió los ojos, me deslumbró para siempre y quise conservarlo con mi cámara, porque muy pronto me aficioné a la fotografía.”
–Pero, ¿qué estudiaste?
–Primero, sociología, que terminé en la UNAM. Luego hice una maestría en estudios latinoamericanos, que nunca terminé; finalmente, me aferré a la fotografía, que convertí en mi oficio.
“Yo me digo que soy licenciada en fotografía, porque cuando tenía menos de 40 años decidí que necesitaba otro lenguaje para expresarme, así que me metí a la Escuela Activa de Fotografía en Coyoacán, donde Paula, tu hija, era mi compañera. Cuando entré ahí, me sentí muy bien y dije: ‘¡Ay, qué maravilla!’ Empecé a hacer fotorreportajes apasionados que se publicaron en La Jornada. Me asignaron retratos de mujeres y hombres del ámbito cultural, universitarios y artístico. Tengo magníficas fotos de Leonora Carrington, Elena Garro y Margo Glantz, y de coreógrafas como Pilar Medina, Liliana Felipe y Jesusa Rodríguez, así como de Graciela Iturbide, Maya Goded, Marta Lamas, Sandra Lorenzano, y de hombres y mujeres de cultura; un sinfín de intelectuales y creadoras. Por ejemplo, a Pilar Medina, estupenda coreógrafa, le hice un retrato en plena creación sobre el escenario. Conocía muy bien su obra, por eso lo logré. Desde muy joven, me apasioné por la danza y por la literatura, la pintura, la escultura, la música y la voz humana. He tomado fotos muy lindas de Lila Downs, Ofelia Medina, Angélica Aragón y de tantas más. Empecé a hacer mis propios ensayos visuales y he rescatado en Oaxaca, en Teotihuacan y en Yucatán rituales prehispánicos que siguen vivos sobre todo de Oaxaca; allá recreé un juego de pelota en el que mi Quetzalcóatl era Lila Downs y también nos pusimos a jugar pelota mixteca en el cerro de las Minas, en Huajuapan de León. Le dije a Lila: ‘oye, Lila, allá hay mujeres que hacen cerámica y quiero fotografiarlas’, y ella me puso en contacto con ese grupo excepcional. A las ceramistas les comuniqué: ‘estoy haciendo este proyecto porque la pelota mixteca sólo la juegan los hombres y yo quiero hacerlo en cuerpo de mujeres e invitarlas a ustedes a jugar pelota mixteca’. Le pedimos al maestro en Huajuapan de León que nos entrenara y, como te dije, como cosa excepcional, nos pusimos a jugar en el cerro de las Minas. Muchas de las ceramistas eran migrantes de la Mixteca y se dirigían a Estados Unidos; otras regresaban de Estados Unidos porque sólo habían aguantado una temporada, traían su ganancia y con su dinero hicieron el taller de cerámica y abandonaron los jarritos del mercado. Los canjearon por auténticas piezas de arte que asombraron a todos y que retraté con admiración y enorme cuidado.
Fue muy bonito alentarlas. Cuando trabajo con un grupo de mujeres, hago una edición de mis fotos, las imprimo y resulta muy alentador para ellas y para mí proyectar y luego hacer una exposición en Oaxaca y en la Ciudad de México. Después les regalo su foto; lo nuestro es un intercambio, porque ellas me ayudan posando y yo les devuelvo su confianza con la foto de cada una.
–¿Ellas saben que van a ser vistas por gente en una galería?
–Esta primera exposición la hice en el taller de cerámica de estas mujeres maravillosas. Fue hermoso porque vinieron los niños del kínder, los de primaria, los de secundaria, las autoridades de Oaxaca. Pusimos un toldo afuera del taller, y cuando llegué colocaron mesas con ollas de mole para ofrecer de comer a todos: frijolitos, arroz, tortillas deliciosas. Yo nunca he tenido una fiesta más bonita que esa en San Jerónimo, en Huajuapan de León, en mi maravilloso Oaxaca.
“También me conmovió una leyenda mixteca que dice que si siembras bules con agua cerca de un árbol, ahí crecerá una fuente. Entonces hice una recreación libre de ese ritual conmovedor. Me puse de acuerdo con las mujeres, porque acostumbro siempre acercarme a quienes voy a retratar, las encariño, y en Teotitlán del Valle juntas armamos el recorrido hasta el ojo de agua con doña Gregoria y sus hijas. El cariño y la solidaridad además de la admiración por ellas son mis guías, y siempre camino de la mano con mujeres y niños campesinos.
“Tengo una queridísima amiga, Josefina Aguilar, que es de la cooperativa de mujeres que tejen sarapes. Con ella hicimos otro portafolio que expuse en la ciudad de Oaxaca, en la capital de México y en muchos otros lugares del país. Me gusta hacer esas narraciones junto con mujeres del pueblo y darles ese merecido reconocimiento a su creatividad. Me gusta retratarlas con la dignidad y el amor que merecen. Así he seguido con otros proyectos; tan es así que ahora la fotografía es mi oficio. Dejé de dar clases en la universidad y quiero que mi trabajo, tanto en la sociología como en la fotografía, sea parte de la lucha feminista. Desde hace años me apasioné por los derechos de la mujer, porque a lo largo del tiempo he visto que se les hace a un lado.
“Mi lucha se inició desde que vino Susan Sontag a la UNAM a dar una memorable conferencia en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Esa charla nos movió a todas y nos estimuló a tal grado que Marta Acevedo, muy emocionada, pasó una libretita, hoy famosa, en la que recogió nuestro nombre e intereses; así nos reconocimos y reunimos en el llamado pequeño grupo
en el que impulsamos acciones para defender los derechos de la mujer.
Ya han pasado más de 50 años y seguimos construyendo un movimiento feminista mexicano muy sólido que ha logrado dar muchas pruebas de su eficacia en momentos cruciales como el del aborto.
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