¿En catalán el color es ‘roig’ o ‘vermell’?

Cuando en el siglo XIX se unieron todos los estados para crear lo que hoy conocemos como Italia, también se estableció una lengua común. Las variantes dialectales, que en muchos casos alcanzan nivel de lengua, hicieron que, aparte de los toscanos y alrededores, el resto del nuevo país tuviera que aprender la lengua florentina. ¿Por qué razón se escogió la que se hablaba en la región de Florencia y no la de Calabria o de Sicilia? Pues porque Florencia había sido la gran capital cultural, y eso propició que esa lengua culta se convirtiera en el origen de lo que ahora conocemos como italiano.
Hoy, sin embargo, muchos hablantes siguen usando su lengua propia a escala familiar y local, como el napolitano o el friulano, y la lengua estándar, la de origen florentino, como lengua de cultura, de la escuela y del Estado. La diglosia es absoluta y, en muchas casos, los propios hablantes no son conscientes de que la lengua que hablan en casa es tan válida y valiosa como la otra, de modo que la acaban denominando dialecto, como algo menor, de estar por casa. El caso de Italia es paradigmático, porque el objetivo de la unidad nacional consiguió reunir también la unidad lingüística a través de la enseñanza de una sola lengua que entonces conocía un porcentaje muy bajo de la población.
En Italia, el objetivo de la unidad nacional consiguió también la unidad lingüísticaEn España es bastante distinto. De entrada, los hablantes de gallego, de vasco y de catalán son conscientes de que, a pesar de hablar también castellano, todas son lenguas. Es cierto que demasiado a menudo se ha llegado a la diglosia, es decir, a una “situación sociolingüística en la que dos idiomas son usados con valor social distinto: uno es usado para funciones formales, generalmente en el uso escrito, frente al otro, que es usado para funciones informales, básicamente orales”, explica el DIEC.
Además, en el caso de la lengua catalana, que convivan unos dialectos geográficos tan marcados también ha hecho surgir discrepancias entre el modo de entender el estándar. Para un ciudadano del Segrià o del Baix Vinalopó, el color de la sangre es el roig, mientras que para uno de la Selva o de Eivissa es el vermell.
En el caso de los libros de texto, redactados en estándar, las diferencias léxicas entre territorios a veces hacen levantar polvareda, sobre todo entre los que se miran la lengua catalana con desconfianza. El estándar catalán, basado por tradición y demografía en el central, es una convención que tiene que ser capaz de admitir todos los matices, para no poner en peligro una rica y viva diversidad. Para mantener la riqueza de la variedad, es necesario que todos, desde pequeños, tanto si somos xiquetes, como nins, al·lotes, fillets o nenes, seamos más permeables a las otras variantes léxicas.
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