Federico León y una obra que pivotea sobre gente trabajándose a sí misma

El dramaturgo, director y actor Federico León vuelve con una instalación que lleva su sello: experimentar sobre lo microscópico de la escena. Este viernes 6 de junio estrena El trabajo, sexta del año de Paraíso Club, la comunidad de socios que funciona como una casa de producción.
El trabajo, en rigor, trata sobre un grupo de participantes de un taller de teatro, tres personas llamadas Matías, Marian y Dina que aplican una serie de reglas, acuerdos, mandamientos y protocolos estrictos. “Prácticas, autodisciplina y accidentes. Apego y desapego, penitencias y licencias. Atravesar pruebas temerarias sin medir las consecuencias, experimentos que no se sabe cómo o dónde van a concluir”, se lee en un texto anexo escrito por León.
En los bordes la teoría–práctica y el ensayo perpetuo, los resultados parecen tan imprevisibles como brutales. Con las actuaciones de Santiago Gobernori, Beatriz Rajland y el propio Federico León, El trabajo se inspira en los talleres que el teatrista lleva adelante desde hace más de quince años, como si se pusiera en carne propia en experimentar sobre su propia práctica docente. El talentoso autor de obras como Cachetazo de campo, Mil quinientos metros sobre el nivel de Jack, El adolescente y Yo en el futuro, habló en esta entrevista sobre los desafíos de la idea de un laboratorio creativo en diálogo cercano con el público.
–¿Por qué elegiste volver con esta obra?
–Escribí El trabajo en 2020, durante la pandemia. Hacía mucho que quería hacer una obra sobre el trabajo que hago en los talleres que doy y los talleres a los que asistí cuando estudiaba. Poner en escena ese proceso que se da en las clases. Yo actúo en la obra y de alguna manera experimento, en carne propia, lo que suelo proponer en los talleres.
–¿Qué significa la producción con Paraíso Club?
–Que un grupo numeroso de artistas pueda articular un proyecto así me parece increíble y muy estimulante, sobre todo en esta época. Paraíso crea una comunidad que sigue y comparte de cerca los procesos creativos de las obras. Y por otro lado estimula a los artistas a compartir sus procesos de trabajo, algo que generalmente queda en la intimidad de los ensayos y sólo se comparte con el equipo de la obra. Estoy contento de formar parte de esta comunidad.
–¿Hay un riesgo de que un espectador que no conozca de la dinámica teatral se sienta un poco afuera, en esta cosa del teatro mirándose a sí mismo?
–La obra se inspira en el trabajo que hacemos en los talleres pero no se trata de un taller de teatro. Va más allá de eso. Tiene que ver con gente trabajándose a sí misma, intentando modificar patrones de conducta–tendencias. Uno de los temas centrales de la obra es trabajar en contra de la propia tendencia, hacer cosas que están por fuera de mi gusto, de mi idea de belleza. Es algo que trabajamos mucho en los talleres: hacer cosas que no me convienen. En la obra se ponen en práctica criterios para auto–evaluarse y evaluar al resto. Las devoluciones son permanentes. Todo está bajo observación y forma parte de un trabajo en común. Cada uno de los personajes parece ser alumno y maestro al mismo tiempo.
–“La obra intenta convocar esa energía incontrolable del cuerpo que no mide, que no calcula, que prueba y experimenta sin límites”, decís en un texto. ¿Qué implica eso en un mundo donde todo debe ser ultra planificado, productivo, mercantilizado, que las cosas rindan y sean funcionales?
–Juntarse con un grupo y atravesar un proceso, con todo lo que un proceso trae (bueno–malo–misterioso) me parece que es algo que hay que sostener, que hay que honrar, sobre todo en esta época. El trabajo se ensayó durante un año y medio. En la vida, generalmente, se quiere resolver y solucionar todo rápido. En el espacio del taller y de los ensayos lo importante es la experiencia y ver qué es lo que va apareciendo en cada uno de nosotros durante la experimentación. Y para eso se necesita tiempo, paciencia, confianza. La idea es seguirse el rastro, no desestimar nada; lo que siento, pienso, fantaseo, sueño, las ideas que tengo, cómo reacciono, cómo me tomo las cosas: miedos, proyecciones, ansiedad, todo eso habla de mí y es un material precioso que me constituye y que tengo que compartir con los demás. Afuera del espacio del taller (en la vida) es otra la lógica, las necesidades, las urgencias. Es más difícil compartir mi vulnerabilidad, mis miedos, mis dudas. Lo que propone esta época creo que es casi todo lo contario a lo que se vive en un proceso creativo o de aprendizaje.
–¿Por qué sugerís, paralelo a la función, la lectura de Fragmentos de una enseñanza desconocida, de P. D. Ouspensky?
–En los talleres la premisa es auto-observarse permanentemente. Más allá de los materiales que surgen, lo importante es observarse sin intervenir. Y acá aparece otro tema: ¿Quién observa? ¿Quién registra? ¿Quién maneja la cámara adentro mío? El que filma es alguien que lo hace con prejuicios, con ideas de cómo deben hacerse las cosas, con fantasías, anhelos, gustos propios, miedos. Está bastante condicionado. Entonces el siguiente paso es observar al que observa. El trabajo tiene que ver con elongar ciertas actitudes y miradas que tengo sobre las cosas. Hacer pequeñas pruebas para ver si puedo (aunque sea por un momento) salir de mi manera habitual de ver – sentir – registrar. Probar otras maneras de mirar, de pensar, de resolver. Y esas formas distintas las traen los otros. Entonces cada uno se nutre de la forma que tiene el otro de resolver. Me interesa de este texto la idea de que adentro mío hay miles de yoes que son absolutamente contradictorios entre sí y que intentan ponerse de acuerdo.
El trabajo, de Federico León.
–En tus talleres defendés las cosas “arriesgadas–lanzadas”. ¿Por qué decís que es tu desafío hoy, por qué ese sería tu trabajo?
–En las clases y en El trabajo intentamos permanentemente salir de las oposiciones (de los pares de opuestos) y encontrar alternativas que puedan incluir todas las posibilidades. En un momento de la obra se discute acerca de comer brownie o lemon pie, entonces uno de los personajes decide unir las dos tortas y comerlas como si fuese una sola. Se la rebautiza “brownie–pie”. Me gusta la idea de una sumatoria de cosas aparentemente contradictorias entre sí. Creo que así funciona nuestra parte más profunda. Entonces si mi tendencia en los ensayos es hacer cosas que me lastiman pienso que está bueno buscar formas de auto–cuidado. Y que esas dos formas o energías (aparentemente contradictorias–opuestas) puedan convivir: lastimarse con cuidado.
–Por último, la obra se da en un lugar que fue tu casa. ¿Cómo fue la elección y qué tipo de puesta en escena es la que se configuró a partir de ese espacio?
–En El trabajo, de alguna manera, el espacio hace de sí mismo. Es el mismo lugar en el que doy talleres y la obra tiene que ver con los talleres que doy. La obra pone en escena las dinámicas y particularidades de la sala. Por eso me parecía fundamental hacerla en Zelaya. Me interesa la cercanía con el espectador. Que se produzca una interacción–intimidad real entre actores y espectadores. Que los espectadores sean testigos de un presente escénico que aparentemente no volverá a suceder. Durante la obra los actores se sientan en las mismas sillas en las que se ubica el público. Entran y salen del espacio que va del público al espacio escénico. Esto genera una dinámica en la que, a veces, son participantes que pasan al frente, y otras espectadores–observadores de lo que experimentan. Los actores y el público participan y forman parte de una misma experiencia.
El trabajo, de Federico León. Los días 7, 8, 14, 15, 20, 21, 22, 27, 28 y 29 de junio, a las 20 en Zelaya 3134.
Clarin