Políticas de muerte II

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Políticas de muerte II

Políticas de muerte II

En el siglo XX la culminación de la necropolítica se dio en los dominios de la Alemania nazi, donde millones de personas, sobre todo judías, fueron asesinadas sistemáticamente en campos de exterminio, y en la URSS estalinista donde murieron de hambre millones de personas y miles fueron ejecutadas. Para impedir nuevos crímenes totales, la comunidad internacional (Naciones Unidas) aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Hoy, no sólo se han multiplicado las zonas de excepción y muerte, se está quebrantando el marco jurídico internacional que debería favorecer la resolución de conflictos internacionales mediante la negociación e impedir la violación de leyes de guerra y del derecho humanitario. La invasión de Ucrania, la guerra en Gaza, y ahora el conflicto entre Israel e Irán, han abierto más las puertas a los demonios.

El temor a una guerra regional en Medio Oriente, que algunos analistas considerarían preludio a una nueva guerra mundial, y la tendencia mediática a centrarse en las noticias más recientes, amenaza con desviar la atención de Gaza y Ucrania, conflictos donde se han perpetrado crímenes de guerra y lesa humanidad, como el bombardeo de hospitales, escuelas y zonas habitacionales, el ensañamiento con la población civil. Si desde hace tiempo las violaciones a las normas de la guerra se han multiplicado en el mundo, la destrucción de infraestructura básica para la vida en Gaza, el bloqueo y luego la reducción del abasto de alimentos están llevando a la población al borde de la hambruna, como documenta la organización internacional neutral Médicos Sin Fronteras. El desdén del grupo terrorista Hamas y del gobierno israelí por la vida humana es evidente. A las miles de vidas segadas o mutiladas en Israel por la criminal incursión terrorista; a las 55,000 víctimas mortales y más de 100,000 heridas o amputadas por los bombardeos y ataques en Gaza, se sumarán miles de niños y niñas que sufrirán una muerte lenta o un crecimiento atrofiado.

En Ucrania, donde la invasión ilegal rusa ha ido escalando la violencia, se han dado no sólo crímenes de guerra evidentes en la destrucción de ciudades y campos sino también torturas, violencia sexual, confinamiento de periodistas y “opositores” en prisiones rusas donde son torturados o asesinados (The Guardian). Además, como documentan la Escuela de Medicina de Yale y el Institute for the Study of War, el gobierno ruso organizó el robo sistemático de decenas o centenas de miles de niños/as en zonas ocupadas, para llevarlos a Rusia donde serían “adoptados” y “reeducados” por familias locales. Así, a la destrucción del territorio y del patrimonio cultural se añade el desgarramiento de familias y comunidades.

En estos y otros casos, la retórica bélica y la demonización del “Otro” debilitan la empatía y la solidaridad. Como escribiera Judith Butler, a raíz de la propaganda belicista de Estados Unidos tras el 9/11, estos discursos dictan que hay vidas que merecen ser lloradas y otras que no merecen duelo. Adoptar esta perspectiva en conflictos internos o internacionales implica abandonar el sentido de humanidad y favorecer el ascenso de la política de la crueldad con que gobiernos autoritarios pretenden justificar la violación de los derechos humanos o la negación de derechos civiles, hoy contra unos (“enemigos”), mañana contra cualquiera.

Nombrar algunos sitios donde el horror acaba con vidas, ciudades, campos, y sofoca toda esperanza de un futuro habitable no debe ocultarnos el sufrimiento social en muchas otras regiones del planeta, donde la racionalidad capitalista-militarista está produciendo los peores monstruos. La entronización del dinero como valor supremo, la negación de la interdependencia de los seres humanos y de estos con la naturaleza, en beneficio de una élite internacional egoísta y ansiosa de poder y riqueza, ponen en riesgo nuestra sobrevivencia misma.

Oponernos activamente a la política de muerte en nuestro país, donde cargamos con la vergüenza de más de 120,000 desaparecidos, sería un primer paso para rescatar nuestra propia humanidad.

Eleconomista

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