Aurélien Robert: "Argentina es sin duda uno de los países más importantes del mundo en estudios medievales"

A fines de abril estuvo en Buenos Aires el filósofo francés Aurélien Robert. Vino a dictar el seminario "Los orígenes del atomismo: Un recorrido desde la Antigüedad hasta la Edad Media". La actividad estuvo organizada por el Centro Franco Argentino (CFA) de la Universidad de Buenos Aires en conjunto con las Facultades de Filosofía y Letras y de Ciencias Exactas y Naturales.
Aurélien Robert es filósofo, Director de investigación del CNRS, y dirige el Laboratorio SPHERE (Ciencias, Filosofía, Historia) del CNRS, la Universidad Paris Cité y la Universidad Paris Panthéon Sorbonne. Especialista en historia de la filosofía y de las ciencias medievales, ha publicado numerosos estudios sobre la noción de átomo y sobre la recepción de Epicuro en la Edad Media. También se interesa por los vínculos entre filosofía y medicina, en particular por el discurso sobre el cuerpo. Entre sus publicaciones más recientes figuran Epicure aux enfers. Hérésie, athéisme et hédonisme au Moyen Âge (París, Fayard, 2021) y Le monde mathématique. Marco Trevisano et la philosophie dans la Venise du Trecento (París, Cerf, 2023). Sobre los temas que abordó en el seminario conversó con Ñ.
–¿Podrías contarnos algunas palabras sobre el papel que pudo haber jugado la teología cristiana en el desarrollo del pensamiento científico? ¿Creés que la interacción entre ciencia y creencia a lo largo de la historia funcionó como un freno, un motor, o un diálogo complejo entre dos registros complementarios?
–Es una pregunta compleja. Si, como escribía Borges, la teología –ya sea cristiana, judía o musulmana– puede considerarse una rama de la literatura fantástica, en particular por su capacidad para estimular la imaginación, entonces es posible pensar que tuvo cierto rol en el desarrollo del pensamiento científico. Al interrogarse sobre el infinito, el determinismo o sobre el carácter inmutable –o no– de las leyes de la naturaleza, y al situar su discurso en relación con las teorías filosóficas, la reflexión teológica, especialmente en la Edad Media, pudo enriquecer el pensamiento científico al hacer surgir conceptos que incluso hoy siguen presentes en la ciencia moderna. Esa era la tesis de Amos Funkenstein en su libro Theology and the Scientific Imagination (La teología y la imaginación científica del Medioevo al siglo XVII).
En cambio, no comparto la visión del historiador de la ciencia Pierre Duhem, que llegaba al punto de defender el papel motor y positivo de la censura eclesiástica, sosteniendo que, paradójicamente, obligó a los filósofos medievales a alejarse progresivamente de Aristóteles. A mi entender, una censura sigue siendo una censura. La ciencia, en cualquier época, necesita libertad. Si la teología, entendida como una reflexión racional sobre lo divino, pudo sacudir algunos marcos establecidos, no fue ese el caso —o lo fue en raras excepciones— de las instituciones religiosas. En cuanto a la relación entre ciencia y creencia, me parece importante recordar que el dominio de la creencia excede ampliamente el de la religión: va desde la superstición hasta las teorías conspirativas, pasando por la desinformación deliberadamente construida para influir en la opinión pública. El rol de la ciencia, creo yo, es justamente el de discriminar entre esas creencias, cualquiera sea su naturaleza, incluso cuando en apariencia no parezcan dañinas.
Epicuro de Samos, (Samos, 341 a. C. - Atenas, 271 a. C./270 a. C.) fue un filósofo griego, fundador de la escuela que lleva su nombre (epicureísmo).
–Y más particularmente, ¿qué podés contarnos sobre la historia del atomismo, que está en el centro de tus investigaciones?
–Es un caso interesante, efectivamente, porque entre quienes defendieron la idea de átomo en la Edad Media se encuentran varios teólogos. En la Antigüedad, el concepto de átomo –es decir, un elemento indivisible como último componente del mundo– apareció en dos contextos distintos: por un lado en las matemáticas (al proponer la existencia de unidades indivisibles en los números o en las figuras geométricas), y por otro en la física (afirmando que todo está compuesto por átomos). Generalmente se recuerda más esta segunda vía, defendida por filósofos célebres como Demócrito, Epicuro y Lucrecio. Ahora bien, estos autores eran materialistas y buscaban reducir todo lo que existe a átomos y vacío –incluida el alma, que entonces muere junto con el cuerpo. Por eso durante mucho tiempo se pensó que este tipo de atomismo desapareció en la Edad Media, por razones religiosas, y que recién reapareció en el Renacimiento con el redescubrimiento del poema de Lucrecio De rerum natura (De la naturaleza de las cosas).
En mis trabajos intento mostrar que ya entre los siglos XII y XV existían debates sobre la noción de átomo e incluso textos muy positivos sobre Epicuro. Durante esos siglos, algunos teólogos retomaron la idea de un atomismo matemático, que se encuentra en Platón y en ciertos discípulos de Pitágoras, sobre todo porque parecía compatible con el relato bíblico de la creación (“Dios dispuso todas las cosas en número, peso y medida”) y permitía pensar el orden y la belleza del mundo a través de una herramienta poderosa: las matemáticas. Paradójicamente, al legitimar de algún modo el uso del concepto de átomo, también reaparece su otro sentido –el átomo en la física– y con él, el fantasma del materialismo. Vemos entonces cómo la teología permitió la emergencia o el regreso de teorías contrarias a su propio discurso.
Obra en el centro de la cúpula de 50 metros de altura del Duomo medieval de Orvietos, 100 km de roma, que representa la coronación de la Virgen María, septiembre de 1998.
Foto: AP / Enrico Valentini.
–Actualmente estás traduciendo al francés algunos textos de Nicolás de Autrecourt. ¿Podés contarnos un poco más sobre ese proyecto? ¿Cuáles son los desafíos que implica?
–El primer objetivo es dar a conocer mejor la filosofía de Nicolás de Autrecourt, nacido hacia 1295 y fallecido en 1367. Fue uno de los representantes de un atomismo materialista. Al igual que sus predecesores griegos y romanos, consideraba que todo lo que existe está compuesto por átomos y vacío, y que todos los fenómenos que observamos son efectos de la organización atómica de la materia y de sus transformaciones. Pero ese no es el único aspecto interesante de su pensamiento. Critica los argumentos basados únicamente en la autoridad, adopta una actitud escéptica frente a ciertos temas, y no duda en defender teorías heterodoxas, como la eternidad del mundo o el retorno cíclico e infinito de los mismos estados del universo.
Otro desafío importante es la traducción misma. Su principal tratado –del cual solo se salvó un manuscrito del fuego tras su condena en París en 1346– llegó hasta nosotros en muy mal estado, y el texto no siempre es fácil de leer ni de interpretar. Existen traducciones a varias lenguas, pero no al francés, a pesar de que este filósofo enseñó en la Universidad de París y en la Sorbona. Por último, este texto me parece ejemplar de lo que fue una forma de libertad académica en la universidad medieval, incluso cuando las autoridades eclesiásticas intentaban silenciarla o atenuar su eco. Como historiador de la filosofía y de las ciencias medievales, creo que es urgente dar nueva vida a estos autores, que a veces se consideran “menores” porque no encajan en una historia escrita por y para los vencedores.
Aurélien Robert ha publicado numerosos estudios sobre la noción de átomo y sobre la recepción de Epicuro en la Edad Media.
–También te interesaste por pensadores aún menos conocidos, incluso marginales, como Marco Trevisano. ¿Qué te llevó a explorar estas figuras alejadas del relato tradicional de la historia de las ciencias?
–El caso de Marco Trevisano (muerto en 1378) es distinto, ya que era un perfecto desconocido antes de que yo me interesara por su De macrocosmo, donde describe el mundo, desde su origen, en términos matemáticos. A diferencia de Nicolás de Autrecourt, no fue condenado, probablemente porque su atomismo matemático era visto como una herramienta útil para interpretar las Escrituras. Sin embargo, él mismo dice que quiere corregir a los teólogos profesionales –Trevisano era un laico– porque, según él, son muy malos en matemáticas.
Además del interés intrínseco de sus ideas, este personaje resulta fascinante porque revela la existencia de filósofos y científicos por fuera de las universidades y los conventos. Probablemente enseñaba matemáticas a los comerciantes venecianos y frecuentaba los círculos letrados de su ciudad, en particular a Petrarca. Intenté entonces, al estilo de Carlo Ginzburg, construir una microhistoria de la cultura filosófica y científica en la Venecia del siglo XIV a partir de esta figura tan singular.
–Una pregunta quizás algo provocadora: ¿cómo ves los movimientos contemporáneos como el de los terraplanistas? ¿Creés que este tipo de fenómeno merece atención por parte de un historiador de las ciencias?
–En general, considero que la historia de los errores en la ciencia es tan interesante como la historia de sus aciertos. Pero este tema es especialmente relevante para mí, como medievalista. Porque, más allá de los convencidos de que la Tierra es plana, sigo escuchando –incluso en boca de personas cultas– que en la Edad Media se creía que la Tierra era plana. ¡Eso es absolutamente falso! Desde la Antigüedad se enseñaba que la Tierra es esférica, y algunos filósofos medievales, como Jean Buridan, ya teorizaban sobre su movimiento diurno. Por eso no solo la astronomía o la cosmología actuales deben combatir estas ideas erróneas: también necesitamos de la historia. Sobre este tema, recomiendo mucho el libro La Terre plate. Généalogie d’une idée fausse, de Violaine Giacomotto-Charra y Sylvie Nony.
Un dibujo de cómo se vería la Tierra plana con el sol y la luna, según la teoría terraplanista. (@FlatEarthOrg)
–Por último, una pregunta más localizada: ¿cómo ves los estudios medievales y renacentistas en América Latina (o en Argentina, si preferís especificar), una región cuyos procesos históricos fueron distintos, en particular por la ausencia de un Medioevo o un Renacimiento en sentido europeo?
–La Edad Media nació al mismo tiempo que América Latina, cuando los humanistas inventaron ese término en el siglo XV, justo cuando los primeros colonos llegaban al continente. Antes de eso, Europa no tenía Edad Media –y en cierto modo, nunca la tuvo–, ya que se trata de una ficción destinada a borrar ese período que separaba a los humanistas de la Antigüedad. Seguimos usando el término por conveniencia, aunque intentamos liberarlo de todos los clichés sedimentados desde el Renacimiento hasta el romanticismo del siglo XIX. Pero hay muchas formas de rehabilitar esa época. En algunos países de América Latina, los estudios medievales están todavía muy marcados por una historia religiosa de la filosofía. Me parece que en Argentina y en Brasil esto es bastante diferente, con vínculos fuertes y duraderos con la investigación académica europea (y también canadiense). La mayoría de los medievalistas europeos ya abandonaron una historia centrada en la figura de Tomás de Aquino, y esa búsqueda abierta, sin una dirección predeterminada, se encuentra de manera destacada en Argentina.
Jorge Luis Borges, Roma, 1981. Foto de Roberto Pera.
Además de la excelencia de sus publicaciones científicas, veo en mis colegas argentinos una gran preocupación por los textos y por la filología, que me parece el mejor camino para reconstruir la filosofía y las ciencias medievales en toda su complejidad. Siempre me impresiona leer las ediciones de textos medievales, magníficas y rigurosas, que realizan mis colegas de Buenos Aires y Santa Fe. Desde ese punto de vista, Argentina es sin duda uno de los países más importantes del mundo en el campo de los estudios medievales. No es casual que Borges haya citado tantas veces a filósofos de la Edad Media, como lo mostró de forma magistral Silvia Magnavacca, profesora de la Universidad de Buenos Aires, en su libro Filósofos medievales en la obra de Borges.
Denisse Sciamarella es Doctora en Ciencias Físicas por la UBA, con diploma de habilitación para dirigir investigaciones (HDR) otorgado por la Universidad París-Saclay, e investigadora del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) de Francia. Su equipo ha introducido un objeto matemático original, el templex, que permite descomponer cualquier dinámica en unidades topológicas fundamentales: una suerte de atomismo de las dinámicas posibles.Se desempeña actualmente como Directora Adjunta del Instituto Franco-Argentino de Estudios sobre el Clima y sus Impactos (IFAECI), con sede en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.
Natalia G. Jakubecki es Doctora en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires (UBA), Investigadora Adjunta en el Conicet y especialista en Ciencias Sociales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Desarrolla su labor docente de grado como Profesora Adjunta en la Cátedra de Historia de la Filosofía Medieval en la Universidad del Salvador (USal), y Jefe de trabajos prácticos en la cátedra homónima de la UBA. Es, además, titular del seminario de posgrado “Actualidad de la Filosofía Medieval” en la UBA. Entre sus publicaciones se cuenta la traducción e introducción a la Ética de Pedro Abelardo por Ediciones Winograd (2023).
Clarin