Cuando el centro político se vuelve un pantano para la discusión

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Cuando el centro político se vuelve un pantano para la discusión

Cuando el centro político se vuelve un pantano para la discusión

Si la imaginación social recurrió desde la antigüedad a conceptos espaciales –“los de arriba” y “los de abajo”– para hacer inteligible las jerarquías, la imaginación política recurrió a esos conceptos en épocas recientes cuando, en septiembre de 1789, en ocasión de los debates sobre el veto real en la Asamblea Nacional Constituyente francesa, los diputados que apoyaban dar a Luis XVI el derecho de veto absoluto sobre las leyes se sentaron, desde el punto de vista del presidente de la asamblea, en el lado derecho del hemiciclo, y quienes se oponían a ese derecho o cuando menos querían limitarlo lo hicieron del lado izquierdo. La terminología se consolidó rápidamente: ya en 1791 los términos droite y gauche eran de uso corriente en la prensa política francesa. Era de esperarse, por tanto, que no demorase mucho en aparecer el concepto faltante, el centro. Y, en efecto, en una fecha precisa, el 31 de enero de 1831, Luis Felipe de Orléans consagró esa posición intermedia, la del “justo medio”, el juste milieu: “Buscamos mantenernos, dijo, en un justo medio igualmente alejado de los excesos del poder popular y de los abusos del poder real”.

¿Hay centro en el Congreso?
Foto Germán García Adrasti
¿Hay centro en el Congreso? Foto Germán García Adrasti

El centro político no demoró, sin embargo, demasiado en verse desacreditado, y en alguna medida no sin razón: si la política consiste en exhibir el conflicto para intentar resolverlo esa forma de la moderación parecía más bien destinada sea a ocultar las diferencias, sea a impedir su resolución. No en vano los franceses mismos acuñaron la expresión que describe con precisión la inmovilidad que produce el centro político, al calificarlo como el marais, el pantano.

Pero en otra de las tradiciones en las que abreva nuestra política el centro tiene una función, y por tanto un valor, completamente diferente: en el mundo griego, lo que está en el centro es, como escribe Marcel Detienne, “lo que es común y lo que es público”. Por ello es también el lugar al que debe dirigirse el orador para hablar a la asamblea: “Tomar la palabra conlleva dos comportamientos gestuales: avanzar hacia el centro por una parte y, por otra, tomar el cetro con la mano […] Hablar en el centro de la asamblea es hablar si no en nombre del grupo, sí al menos de aquello que interesa al grupo como tal”, es hablar de los “asuntos comunes”. El centro como figura política es así lo que funda la igualdad ciudadana o, más bien, las diversas igualdades: la igualdad ante la ley; la igualdad del derecho de palabra, del derecho de hablar ante la asamblea; y la igualdad de lugar en el conjunto, la igualdad ciudadana que da a todos el mismo rango.

El centro, que funda la igualdad democrática, es también lo que, ya en la modernidad, da origen a la esfera pública, el ámbito en el que todos tienen a la vez el derecho y la responsabilidad de utilizar la razón de manera autónoma y sin restricciones con el propósito de participar en la formación de la voluntad colectiva.

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Las formas diversas de la polarización que, en nuestro país y en el mundo, invaden crecientemente la escena política apuntan a destruir a la vez las nociones de igualdad democrática y la esfera pública en la que dicha igualdad se ejerce. Son la manifestación del resurgir de una oposición a la herencia a la vez política y normativa de la Ilustración que ve con horror el fin de las jerarquías sociales. No necesariamente el fin de las jerarquías de clase –que bastante poco han modificado sus límites desde hace por lo menos medio siglo– como de las jerarquías de prestigio y reconocimiento, la puesta en cuestión de ciertas posiciones que, del género a la raza o a los sistemas de creencias, se percibían como amenazadas. En lugar de acudir a un espacio compartido en el que las diferencias se negocian con argumentos, en la polarización deja de existir el “interés del grupo como tal” (lo que, con una expresión más familiar, llamábamos el bien común). La sociedad se divide así en bandos que confrontan en torno de determinadas líneas que funcionan como trincheras, presentando los conflictos como insolubles, como resultado de visiones del mundo tan antagónicas que todo intento de conciliación o de acuerdo resulta un artificio inútil: una “guerra civil discursiva”.

¿Dónde queda el centro?
Foto Germán García Adrasti
¿Dónde queda el centro? Foto Germán García Adrasti

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Llamativamente, hay quienes le restan importancia al imperio de la violencia verbal que caracteriza los regímenes de polarización política. Con el propósito de sostener los beneficios que obtienen de determinadas políticas gubernamentales, intentan diferenciar entre hechos de la realidad y hechos de lenguaje, soslayando que lo que nos distingue no es tanto el mundo material en el que vivimos como el mundo simbólico que habitamos. La vigencia de ideas de dignidad, respeto, reconocimiento, amistad, confianza son las que verdaderamente hacen mejores o peores a las sociedades. Más aun, pretender que la violencia verbal no es violencia real es desconocer la materia misma de la vida humana, en la que el lenguaje transmite la cultura y la cultura transmite los valores mediante los cuales llegamos a percibirnos a nosotros mismos y a nuestro lugar en el mundo. El lenguaje está en el centro de lo que significa ser humano.

Reivindicar una política de la moderación, reivindicar el centro político, no supone de ningún modo disimular las diferencias ni los desacuerdos, ni renunciar a la voluntad de realizar reformas tan radicales como cada quien pueda considerar adecuadas. Pero sí supone que dichos desacuerdos se tramiten entre iguales, por medio de los argumentos que reconocen la dignidad de cada uno de quienes participan de la comunidad política. Supone que volvamos a hablar de “lo que es común y lo que es público”, y disponernos a cooperar en beneficio mutuo. No hacerlo así solo augura destrucción.

Alejandro Katz es ensayista y editor

Clarin

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