La Iniciativa Liberal que quiero

La Iniciativa Liberal que quiero no es un partido. Es una provocación. Una perturbación beneficiosa. Una disrupción metódica del pantano soporífero de la política portuguesa. Es una indignación planificada contra el conformismo partidista, pero también una declaración de amor a la república y al mérito. No es un club de jóvenes economistas con gráficos en la mano ni una reunión de emprendedores de LinkedIn. Es, o debería ser, un nuevo humanismo para el siglo XXI, uno que tenga la valentía de decir que la libertad sin solidaridad es cinismo y la solidaridad sin libertad es servilismo.
La Iniciativa Liberal que deseo nace de la incomodidad y la necesidad moral de reformular la idea misma del Estado. No para abolirlo, como sueñan algunos adolescentes randianos que confunden a Hayek con Harry Potter, sino para domarlo. El monstruo debe ser rediseñado, no destruido. Necesita un propósito, contornos éticos y un mandato social que no sea la vanagloria de una tecnocracia inodora. El Estado que defiendo es un Estado minimalista en las manos y un Estado maximalista en el cerebro: actúa donde es irremplazable, pero con un espíritu de responsabilidad presupuestaria que no es solo un adorno de campaña.
El liberalismo portugués, hasta ahora, ha oscilado entre la rebelión adolescente contra los "trabajos" y una reverencia fútil por el emprendimiento, entendido como brujería capitalista. Ahora bien, el liberalismo que quiero no cabe en una charla TED. No se puede explicar con infografías ni agotar en reels de Instagram. Es un liberalismo exigente y escéptico, con memoria histórica y cultura política. Un liberalismo que reconoce que el mercado es una construcción humana: imperfecto, inacabado, pero, a día de hoy, el único instrumento capaz de distribuir la libertad eficazmente. Y que, precisamente por eso, exige vigilancia, regulación y, sobre todo, responsabilidad.
La Iniciativa Liberal que quiero mira al país y se niega a tratarlo como una colección de hojas de cálculo de Excel. Reconoce que los números importan, pero que el alma de una nación se mide en los intersticios: en el silencio resignado de las colas del NHS, en las lágrimas disimuladas de un padre que no puede pagar el alquiler, en la fatiga existencial de los profesores que ya no saben si enseñar o mendigar. El Portugal de 2025 no pide más eficiencia. Pide decencia.
Por eso quiero una Iniciativa Liberal que entienda que la vivienda es más que un mercado. Es el derecho fundamental a la permanencia. Que la salud pública no es una partida de gasto, sino un pacto de civilización. Que la educación no es solo un servicio del Estado, sino el lugar donde se cimienta la autonomía moral del ciudadano. Un liberalismo verdaderamente sofisticado sabe que la libertad solo florece en terreno fértil y que le corresponde al Estado, y solo al Estado, garantizar las condiciones mínimas para este humus democrático.
Por lo tanto, quiero una Iniciativa Liberal que lea a Stuart Mill con la misma atención que lee a Bastiat. Que sepa citar a Popper, pero también a Isaiah Berlin. Que entienda que el pluralismo no es debilidad, sino madurez. Y que se atreva a recuperar la dimensión espiritual de la política: aquella que no se rinde a la gestión, sino que exige una visión. Una teleología de la libertad.
Sí, necesitamos reformas fiscales, transparencia en la contratación pública y desburocratizar la economía. Pero, sobre todo, necesitamos una nueva gramática. Un lenguaje político que diga la verdad sin arrogancia, que denuncie sin moralizar, que propague ideas sin sectarismo. Que sepa que gobernar significa usar palabras claras para describir realidades confusas.
La Iniciativa Liberal que quiero no teme a la izquierda, sino que aprende de ella. No combate a la derecha, pero no se deja arrastrar por sus vicios. Se niega a ser un apéndice de ningún bloque parlamentario ni una muleta para los gobiernos minoritarios. Su única lealtad es al contrato original entre el ciudadano y la libertad: un pacto invisible que precede a cualquier Constitución escrita.
Es, en resumen, una Iniciativa Liberal con alma. Capaz de reírse de sí misma. Capaz de perder elecciones, si es necesario, para no perder la compostura. Una Iniciativa Liberal que no teme afirmar que el liberalismo es, ante todo, una ética de la humildad: la valentía de reconocer los límites del poder y el deber de ejercerlo con parsimonia.
No sé si esta Iniciativa Liberal sea posible. Pero sé que es necesaria. Porque el país no necesita otro partido. Necesita una idea. Una preocupación. Un gesto de esperanza.
Y si no ahora, será más tarde.
Pero sucederá.
observador