EMRCAotic

Entre el humanismo y el catecismo, siempre me he inclinado más por el primero, “¡gracias a Dios”! No soy un opositor de los caminos de la fe , pero me identifico más como un hombre de convicciones y, en mi opinión, Educación y Religión se sitúan en planos tan distintos que sostengo que, en lo que respecta al sistema de educación pública, estos planos deberían ser especialmente intangibles. Lo digo ahora mismo: no seáis vistos como precursores de ningún tipo de puritanismo o fundamentalismo religioso.
Sin embargo, y porque no me considero signatario de ningún linaje jacobino, hace unos días acompañé a los alumnos del colegio en el que trabajo a un encuentro de Educación Moral y Religiosa Católica, promovido por la Diócesis de Porto. Lo hice porque tenía una visión democrática de la enseñanza, pues no estaba en juego mi opinión sobre la existencia o no de una determinada asignatura, sino mi rol como docente (ya que los alumnos matriculados necesitaban alguien que los acompañara) y como colega (ya que había quienes dedicaban mucho más tiempo que yo para que la actividad se realizara). Lo hice, pues, por convicción.
Ahora bien, como nunca antes había estado en un contexto así, estaba haciendo varias conjeturas sobre lo que me esperaba. Algunos confirmados y otros desmentidos, la verdadera sorpresa del día llegó con los animadores del escenario, que lograron reunir ante sí a una porción notable de los niños que allí se encontraban, para escuchar y participar, no de la Eucaristía, sino de la coreografía de algunos de los mayores y más actuales éxitos del… funk brasileño.
Guiado por la experiencia de los alumnos de 5º grado que estaban a mi lado, pude averiguar quiénes eran los artistas, tanto los famosos (para ellos) como los despreciables (para mí), así como los nombres de sus canciones, para poder seguir también yo el entusiasmo de toda aquella multitud imberbe y, sobre todo, entender el porqué de todo ello. Sin embargo, confieso que quedé perplejo, no por la agudeza de esos pequeños shazams que me rodeaban, sino por el similar desajuste entre la lista de reproducción y el propósito de una reunión de estudiantes cuyo denominador común era el hecho de ser colegas en la materia de Educación Moral y Religiosa Católica.
Un poco desconcertado, busqué a un compañero (preferiblemente más estático que los demás) y le pregunté si conocía las canciones que estaban sonando y, principalmente, qué decían sus letras. Lo hice dos o tres veces y concluí que, aunque era de conocimiento común que no carecían de contenido vernáculo y obsceno, esta conciencia todavía parecía ser algo inconsistente con mi preocupación, ya que escuché los siguientes comentarios de los adultos a los que interrogué:
- “Bueno, es triste, pero eso es lo que les gusta…”;
- “Esto es a lo que estás acostumbrado, esto es lo que debes escuchar en casa…”;
- “Están cansados de decir y oír malas palabras y obscenidades; para ellos esto ya es normal…”.
A pesar de contener perspectivas muy acordes con la realidad, cada una de estas tres observaciones suscita otras preguntas que considero legítimas.
Si entendemos las relaciones interpersonales como vitales para el objetivo que la escuela pretende alcanzar, me parece claro que ésta debe ser sensible a lo que entusiasma o molesta a los alumnos. (1.) Sin embargo, ¿es necesario o saludable que las escuelas se conviertan en meros rehenes de las preferencias de los estudiantes?
Si se concibe como un espacio verdaderamente democrático, es esencial que la escuela se guíe por el principio de equidad, es decir, que busque compensar los excesos y/o deficiencias en las experiencias familiares de su alumnado. (2.) ¿No sería entonces contraproducente ofrecerles más de lo mismo?
Si entendemos la escuela como un lugar de reflexión y de (de)construcción de ideas, entonces debemos promover el cuestionamiento racional de todo aquello que el sentido común tiende a normalizar. (3.) ¿No es la complacencia perezosa hacia las tendencias de masas en este contexto apostar por el caballo equivocado?
Veamos, como ejemplo, cómo funcionan las escuelas en el ámbito de la nutrición. Los alimentos hiper azucarados, por ejemplo, siguen siendo los preferidos por los niños (y no sólo). Sin embargo, el Ministerio de Educación prohibió su venta en los comedores escolares en 2021 y mediante orden, con el fin de "promover el desarrollo de hábitos alimentarios saludables" (Orden nº 8127/2021), es decir, (1.) en la escuela, el apetito de los estudiantes no garantiza, por sí solo, el acceso a ellos.
En la frase inicial del mismo documento, podemos leer que el Gobierno “considera la escuela pública un elemento en la lucha contra las desigualdades y la educación como […] el determinante necesario para lograr una sociedad ilustrada”, es decir, (2.) en la escuela, los hábitos alimentarios del alumnado no condicionan los menús.
Finalmente, en el segundo apartado de la citada orden, se puede leer que el Gobierno considera “fundamental invertir […] en la promoción de una alimentación saludable […] que permita a niños y jóvenes tomar decisiones informadas y gestionar su salud, con calidad”, es decir, (3.) en la escuela, los consumidores tengan acceso a menús saludables para que posteriormente también tengan poder de decisión.
Y porque “no sólo de pan vivirá el hombre [1] ”, pasemos al alimento espiritual . Sería una locura (como locos son quienes así piensan) considerar que la solución pase por castigar, censurar, anular palabras. Sería poco realista pensar que nunca más se oiría una mala palabra o una obscenidad en el patio de una escuela. Sería incluso indeseable que el léxico vernáculo desapareciera por completo, porque en última instancia, empobrecería sustancialmente la fuerza de una lengua tan rica como la nuestra, así como las posibilidades que nos brinda. Sin embargo, así como no es contemplando la contaminación que se genera una profunda estima por el medio ambiente, tampoco es utilizando un lenguaje obsceno y vil que se gana el amor por las palabras. Y es precisamente por el gran cariño que le tenemos que nosotros —pedagogos o creyentes— debemos ser más cuidadosos en el cuidado que le dedicamos, especialmente a aquellos que se están introduciendo en las múltiples potencialidades de la lengua. Para algunos, debería ser una cuestión de cuidado, incluso de higiene; Para otros, es una cuestión de fe, pues de lo contrario el Verbo no se habría hecho carne [2] .
¿Qué pasó entonces con los alumnos de la Palabra ? Tal vez en su torpe afán de inclusión, la Iglesia ha olvidado que no todo, todo, todo hay que darlo a todos, a todos, a todos . Quizás en su afán por abrazar al mundo, la iglesia se ha olvidado de reflejar el cielo. Tal vez los argumentos del rey Salomón [3] y los consejos del apóstol San Pablo [4] , del propio Jesús [5] o de su discípulo Santiago [6] hayan perdido su vigor, pues fue también la predicación de la concupiscencia de la carne (otra carne) la que, verbalizada descaradamente (con otros verbos), resonó por las colinas del Parque Oriental de la Ciudad de Oporto aquella tarde de viernes.
En cuanto a la cuestión de la Moral —y puesto que las buenas costumbres parecen haber decidido darle la espalda— estará al servicio de quienes sepan aprovecharla mejor. ¡Que “Dios nos libre” de ellos!
[1] Mateo 4:4 [2] Juan 1:14 [3] Proverbios 18:21; Eclesiastés 10:12 [4] Colosenses 3:8; Efesios 4:29; 5:4 [5] Mateo 15:11; 18-19 [6] Santiago 3:1-11
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