La nobleza de la práctica deportiva

Desde la elección del Papa León XIV, somos conscientes del valor que el nuevo Sumo Pontífice otorga al deporte. Es tenista, además de aficionado al béisbol y al baloncesto, deportes típicamente norteamericanos. Asistía a un gimnasio en Roma y contaba con un entrenador personal que lo guiaba en sus actividades deportivas. Vemos que valora la máxima latina «mens sana in corpore sano» , «mente sana en cuerpo sano».
Hace unos días, el Papa recibió al equipo de fútbol del Nápoles con motivo de su victoria en el campeonato italiano. En la audiencia que les concedió, pronunció unas palabras muy oportunas, dada la situación actual del deporte, al afirmar que «ganar el campeonato es un objetivo alcanzado al final de un largo camino, donde lo que más importa no es el logro de un momento ni la actuación extraordinaria de un campeón. El campeonato lo gana el equipo, y cuando digo «equipo» me refiero tanto a los jugadores como al entrenador, así como a todo el comité técnico y la asociación deportiva».
El Papa León XIV también destacó el aspecto educativo del deporte en general y del fútbol en particular. Pues, dijo, «lamentablemente, cuando el deporte se convierte en un negocio, corre el riesgo de perder los valores que lo hacen educativo, e incluso puede llegar a ser ‘no educativo’. Este aspecto requiere vigilancia, especialmente cuando se trata de adolescentes. Hago un llamamiento a los padres y líderes deportivos: debemos prestar mucha atención a la calidad moral de la experiencia deportiva competitiva, porque lo que está en juego es el crecimiento humano de los jóvenes».
Practicar deporte, formar parte de un grupo, realizar ejercicio físico y ser capaz de seguir las reglas del juego, así como trabajar en equipo, puede hacer maravillas en la construcción de la personalidad de un niño, adolescente o joven.
Puedo confirmar, por experiencia propia, que cuando el deporte es sano, puede inculcar valores, generar autocontrol y disfrutar al alcanzar metas. He visto a muchísimos jóvenes que no habrían tenido un futuro muy prometedor debido a la inestabilidad familiar, a pertenecer a un entorno desfavorecido o al riesgo de entrar en contacto con la drogadicción, el alcoholismo y la delincuencia, pero fue la práctica del deporte lo que los rescató y los convirtió en buenos y honestos ciudadanos.
Cuando era líder y director del Centro Juvenil Dom Bosco en Pinto Bessa, Oporto, una asociación vinculada a los Salesianos, podía ver nuestro orgullo al contemplar nuestra vitrina de homenaje, que exhibía recuerdos y recortes de periódicos de grandes figuras del fútbol que nuestro humilde Centro donó a Portugal y al mundo del deporte, como Fernando Gomes (FC Porto y ganador de la Bota de Oro); Pedro Barbosa (Sporting Club de Portugal); Luisinho (SL Benfica) y João Pinto (Boavista y SL Benfica). Todos jugaron en nuestra humilde cancha de tierra batida… allí crecieron como jugadores y hombres hasta que alguien de un gran club se fijó en ellos y los puso en el candelero, sin olvidar jamás sus orígenes. El buen ejemplo que vieron a menudo se reflejó en su actitud deportiva. Y cientos de jóvenes soñaron con ser como ellos algún día.
San Pablo, en su Primera Carta a los Corintios, declaró: «¿No saben que los que corren en una carrera, todos corren, pero solo uno se lleva el premio? Así, corran, para que puedan ganar. Porque los atletas se imponen toda clase de dificultades: ellos, para ganar una corona corruptible; pero nosotros, para ganar una corona incorruptible. Así también yo corro, pero no a ciegas; golpeo, pero no en el aire. Disciplino mi cuerpo y lo mantengo en servidumbre, para que, después de haber predicado a otros, yo mismo no sea expulsado».
Las palabras convencen, pero los ejemplos transforman corazones. Si nuestras asociaciones deportivas, sus directores, entrenadores, jugadores y árbitros vivieran las virtudes éticas que recomienda el Papa León XIV, ¡qué diferente sería el ambiente en los estadios y qué noble sería la práctica del deporte!
observador