Descendientes de la primera globalización

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Descendientes de la primera globalización

Descendientes de la primera globalización

El discurso de la escritora y Consejera de Estado Lídia Jorge, pronunciado el 10 de junio en Lagos, puso de manifiesto la dualidad de nuestra historia compartida: el lado mágico de los Descubrimientos, que transformaron el mundo, pero también su lado trágico, marcado por la trata de esclavos. Esta reflexión sobre nuestra identidad híbrida, como descendientes del esclavo y del amo que lo esclavizó, la suma de lo nativo y lo migrante, de lo europeo y lo africano, de lo blanco y lo negro, nos invita a reflexionar sobre ello desde una perspectiva diferente, especialmente para quien en el pasado asumió la presidencia de la Unión Internacional de Jueces de Lengua Portuguesa, que, junto con otros colegas de la profesión, contribuyó a crear.

Recordemos que se asume que Sagres (quizás con poca precisión histórica) fue la cuna de la expansión marítima y que Lagos fue el lugar donde tuvo lugar el primer mercado de esclavos en Portugal (siglo XV). Lídia Jorge destaca esta ambigüedad, pero también el patrimonio y la memoria compartidos resultantes.

De hecho, los aspectos muy negativos derivados de los descubrimientos y la expansión ultramarina son ineludibles de la historia, con la aniquilación de las civilizaciones nativas, las migraciones forzadas, la esclavitud y la servidumbre económica, política y cultural. Sin embargo, estos más de 500 años de historia también marcan un patrimonio cultural común, una historia y una cosmovisión compartidas, desde elementos simbólicos hasta aspectos materiales e incluso biológicos, que abarcan la genética, la consanguinidad y la afinidad parental y familiar, así como la lengua, la religión, la arquitectura, la música, la literatura, la economía, la organización social, el comercio, la gastronomía, pero también la educación, la administración pública y el derecho.

La historia del derecho y de la justicia en estos territorios y pueblos, en los países que comparten esta historia y una lengua común, registra una expansión geográfica, social, económica y cultural, con un enriquecimiento innegable que ha cambiado definitivamente su perfil y le ha dado escala global.

En esta comprensión más global, la puesta en común de las lenguas portuguesa y española, nacidas en el espacio ibérico y difundidas por los “Descubrimientos”, en la llamada primera globalización, creó una entidad histórica plural de gran relevancia.

La Era de los Descubrimientos, que simbolizó el inicio de un programa de encuentro entre los diversos espacios habitados por la humanidad, separados por distancias y diversas barreras políticas y culturales, también estuvo marcada por la afirmación de una cultura ibérica, tanto portuguesa como hispánica. Esta expansión desde la zona europea más occidental fue un proceso crucial de dominación y superposición de culturas, en una polinización cruzada de elementos de migración y conquista con aquellos presentes en los países de destino o de descubrimiento. Esta polinización cruzada resultó en un rico mosaico de mestizaje a diversos niveles, en el que el elemento común de la lengua destaca como vehículo fundamental.

En el continente americano, el castellano llegó a predominar en Centroamérica y Sudamérica, con la excepción de Brasil, donde prevaleció el portugués, como resultado de la división resultante de los Tratados de Tordesillas y Zaragoza. Esta misma división propició el arraigo del portugués, en un largo proceso de colonización, en territorios y pueblos que hoy comprenden países africanos como Cabo Verde, Guinea-Bisáu, Santo Tomé y Príncipe, Angola y Mozambique; en Asia y Oceanía, con Macao y Timor Oriental; y, en menor medida y relevancia, en las antiguas posesiones indias de Goa, Damán y Diu.

El castellano siguió siendo una lengua hablada en Guinea Ecuatorial, y aún tiene cierta representación en América del Norte (emigración a Estados Unidos y Canadá), Filipinas y algunos países del norte de África.

Este espacio histórico de gestación y expansión colonial de estas dos lenguas ibéricas, con sus problemáticas específicas y su identidad propia, tiene sentido también en el ámbito de la justicia y de los jueces, tanto por sus raíces históricas como también por la urgencia de una actitud hacia el futuro.

Los sistemas judiciales establecidos a lo largo de los más de cinco siglos de expansión ibérica (portuguesa y española), en un espacio compartido y multicontinental, no dejaron de crear una sólida conciencia de justicia basada en una jurisdicción dotada de gran adaptabilidad, dando lugar a una cultura jurídica de extremo valor para la comprensión, evolución y mejora de nuestros sistemas jurídicos y judiciales.

Parece indudable que estos sistemas históricos de estructuración de las administraciones judiciales de los imperios ibéricos, a lo largo del tiempo y con la posterior aparición de las diversas naciones y Estados que adoptaron el español o el portugués como lenguas oficiales, también dieron lugar, entre otros innumerables factores (como la existencia de centros comunes de conocimiento jurídico), a sistemas jurídicos de gran riqueza histórica y cultural con mucho en común (y que pueden caracterizarse como familias jurídicas relacionadas). La proximidad de los esquemas constitucionales y de diversos institutos jurídicos, de distinta naturaleza disciplinaria, es un hecho constatado por muchos. Se trata de sistemas que se basan, además de en la notoria facilidad de comunicación entre los respectivos juristas e incluso en la posibilidad de que cualquier jurista de uno de estos sistemas ejerza su profesión, sin gran esfuerzo, en los demás, también en una autonomía lingüística y doctrinal compartida y cultivada, con una historia propia y común totalmente diferenciada (pese a las sucesivas influencias de elementos romano-germánicos, franceses y del common law) y que cuenta con una masa crítica envidiable: múltiples países o territorios en los cinco continentes; nueve siglos de desarrollo autónomo, con leyes de estilo propio; siete siglos de enseñanza universitaria independiente y compartida; órdenes profesionales intactas; magistraturas que comparten una formación y unos principios comunes, y el mantenimiento de toda una cultura jurídica en gran medida compartida, con universidades, libros, revistas, congresos, intercambios varios, e incluso influencia legislativa (por tanto: Parlamentos, Gobiernos y soberanía) y codificación.

La proximidad entre los sistemas jurídicos portugués y español, que comparten un fuerte sentido de la justicia y una autonomía lingüística y doctrinal compartida y cultivada, facilita la cooperación y el diálogo. El portugués y el español pueden aspirar a ser una segunda lengua franca global, dada su mutua comprensión. Este diálogo es esencial para fortalecer los valores del Estado de derecho democrático, el papel de la jurisprudencia y la defensa de una función judicial guiada por la justicia, los derechos humanos y las libertades personales, en el mejor marco posible para la política de cooperación jurídica y judicial internacional.

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