Payeses: los jardineros de la Tierra

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Payeses: los jardineros de la Tierra

Payeses: los jardineros de la Tierra

Frente al pozo negro de los políticos, frente a la guerra, frente al genocidio, frente a las campañas de odio y la lucha de titanes por controlar el poder con la pretensión de robotizar en provecho propio a la humanidad no cabe otra que tomarse un respiro. Desconectar. Leer a los clásicos. Pasear por la naturaleza. Cocinar en familia o con amigos. Utilizar las plataformas estrictamente para comunicarnos vida y emociones, sin atender a lo que dicen las influencers y los propagandistas. Iniciar un viaje hacia otras formas de sentir, de escuchar y de construir la cotidianidad desde una serenidad sin estrés. Somos muchos los que, tras hallar una residencia estacional veraniega, buscamos descargar la presión vivida en los últimos meses. El único contratiempo: el caos climático que a todos afecta.

Cuando el transcurso de las horas pierde importancia, podemos recuperar lo que quisimos ser y no somos. ¿Cómo sabremos quiénes somos y de dónde venimos si perdemos la memoria? El tipo de progreso nos ha obligado a dudar de un hoy capaz de generar un mañana en el que los jóvenes y no tan jóvenes puedan llegar a donde se propongan, como pudimos hacer muchos de los nacidos en las décadas de los 40 y 50 del siglo pasado. Los hechos de la primera mitad del siglo XX pueden repetirse por falta de conciencia crítica y por las carencias educacionales que tienen que ver con la ideologización de los relatos y la manipulación de la memoria.

Queremos paisajes, excelentes tomates y huevos ecológicos, bosques que no se incendien

Leo en La Vanguardia a Olga Merino: “A veces conviene que los libros agiten el plato de sopa tibia que comes”. Le doy la razón. En la última semana he derramado varias tazas de gazpacho y algunas cafeteras mientras leía las 683 páginas de Las uvas de la ira, de John Steinbeck. Un clásico norteamericano, epicentro del realismo social. Un género que también he disfrutado con las últimas novelas de Rafael Chirbes.

Steinbeck nos devuelve a los tiempos de la Gran Depresión, cuando, tras una sequía, millones de pequeños granjeros del sur de Estados Unidos fueron expropiados y abatidos por las grandes corporaciones y los bancos. Los tractores sustituyeron a las familias que trabajaban la tierra. Así nacieron las fincas de millones de hectáreas y el monocultivo del algodón. Se acabaron las huertas y los pequeños rebaños. Un millón de rancheros sin casa, sin trabajo y sin comida no tuvieron más remedio que emigrar a las ricas tierras de California, atraídos por unas hojas publicitarias que ofrecían trabajo a todo aquel que lo necesitara.

Filippo Venezia / EFE

La novela desvela las condiciones extremas del viaje de la familia Joad y de miles de familias a través de la ruta 66, en camionetas en situación de desguace, cargadas hasta los topes con lo poco que habían conseguido salvar las familias. Al pisar California, solo hay trabajo para unos pocos en épocas concretas, pagando casi nada aprovechando el exceso de demanda laboral y el hambre. El autor logra trasmitir los estados de ánimo en uno de los relatos mejor trabados que he leído en los últimos años. Los clásicos siempre enseñan y las buenas novelas son los mejores libros de historia cuando cuentan la vida y las emociones de la gente corriente.

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TOPSHOT - People walk past a mural on a restaurant wall depicting US Presidential hopeful Donald Trump and Russian President Vladimir Putin greeting each other with a kiss in the Lithuanian capital Vilnius on May 13, 2016. Kestutis Girnius, associate professor of the Institute of International Relations and Political Science in Vilnius university, told AFP -This graffiti expresses the fear of some Lithuanians that Donald Trump is likely to kowtow to Vladimir Putin and be indifferent to Lithuania#{emoji}146;s security concerns. Trump has notoriously stated that Putin is a strong leader, and that NATO is #{emoji}145;obsolete and expensive.#{emoji}146; / AFP PHOTO / Petras Malukas

Paseo por una senda que corre en paralelo al cauce de un río de alta montaña. Los chopos, los robles, los abedules, los nogales y las hayas de gran tamaño acaban de forma abrupta en praderas que se elevan hasta chocar con altas montañas cubiertas de espesos bosques recientes. Unos hilillos electrificados protegen los prados de la estrecha senda cubierta de vegetación que acaba en pendiente hasta el río. Los olores, la paz, la solitud, la visión de los alargados prados conservados por los payeses para pastos, las vacas apacibles de color marrón y el sonido de los cencerros me devuelven la capacidad de soñar, de emocionarme.

Sentado en una pequeña roca, observo las flores silvestres de todos los colores. De pronto solo puedo pensar en la gratitud que debemos a los payeses. Queremos paisajes naturales, excelentes tomates, verdura y huevos ecológicos, bosques que no se incendien y tampoco beban el agua que necesitan los ríos pero olvidamos lo esencial. Olvidamos a los jardineros de la tierra. Si todo esto pervive, es gracias a los payeses. Uno de los oficios que más reconocimiento necesita.

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