La historia del microondas: un invento por accidente

Cada vez que calientas tu café, participas en el legado de un accidente feliz. La historia del microondas no empieza en una cocina, sino en un laboratorio militar con un ingeniero y una chocolatina derretida.
El horno de microondas es un pilar de la cocina moderna, pero su origen es una de las historias más curiosas de la innovación del siglo XX. No fue el resultado de años de investigación culinaria, sino de la «domesticación» de una poderosa tecnología de guerra, todo gracias a la curiosidad de un ingeniero y un dulce que se derritió en el momento justo.
En plena Segunda Guerra Mundial, la empresa Raytheon era clave para el esfuerzo bélico, produciendo en masa los magnetrones, unos tubos de vacío que generaban las microondas para los sistemas de radar. El genio detrás de esta producción masiva era Percy Spencer, un ingeniero brillante y autodidacta que, a pesar de no haber terminado la escuela primaria, se convirtió en uno de los mayores expertos mundiales en esta tecnología.
Un día de 1945, mientras Spencer estaba probando un magnetrón activo, se acercó al dispositivo y notó algo extraño. La barra de chocolate que guardaba en su bolsillo se había convertido en un charco pegajoso. Muchos otros podrían haberlo ignorado como una simple molestia, pero la curiosidad de Spencer se encendió. No fue el accidente lo que importó, sino su decisión de investigar el «porqué».
Intrigado, Spencer decidió experimentar deliberadamente. Apuntó el magnetrón a un puñado de granos de maíz. Ante sus ojos, los granos empezaron a saltar y reventar, esparciéndose por todo el laboratorio. Acababa de crear, sin querer, las primeras palomitas de microondas del mundo. Su siguiente experimento fue con un huevo, que empezó a vibrar violentamente hasta que explotó, salpicando a un colega curioso. Spencer había demostrado que las microondas podían cocinar alimentos de forma increíblemente rápida.
Raytheon vio el potencial y en 1947 lanzó el primer horno de microondas comercial: el «Radarange». Pero estaba lejos de ser el aparato compacto que conocemos hoy. Era un monstruo que medía 1.8 metros de altura, pesaba 340 kg y costaba $5,000 de la época (equivalente a más de $60,000 actuales). Fue un fracaso comercial estrepitoso. No fue hasta 1967 que se lanzó un modelo asequible y de encimera, dando inicio a la revolución en la cocina.
La ciencia detrás es tan elegante como la historia. El magnetrón de tu microondas genera ondas electromagnéticas (microondas). Estas ondas tienen la frecuencia perfecta para ser absorbidas por las moléculas de agua, grasas y azúcares de la comida. Al absorber esta energía, las moléculas de agua empiezan a vibrar a una velocidad de millones de veces por segundo. Esta fricción frenética entre moléculas es lo que genera el calor que cocina tu comida de adentro hacia afuera. Es, en esencia, un radar que aprendió a cocinar.
La Verdad Yucatán