Europa en el momento decisivo

El ultimátum de Donald Trump, que amenaza con aranceles del 30% a las exportaciones de los países de la Unión Europea a partir del 1 de agosto, podría ser, en última instancia, una maniobra negociadora más del presidente estadounidense. Pero los líderes europeos no deberían tomarlo a la ligera ni con indiferencia, pues es evidente que, para Trump, no hay aliados ni amigos, e incluso enemigos o adversarios varían según los intereses que quiera proteger. Cuando amenaza con más aranceles —que solo pueden considerarse "recíprocos", como a él le gusta llamarlos, solo con ilusión—, Donald Trump no intenta ser razonable ni siquiera remotamente justo. Solo le interesa obtener el máximo beneficio posible, preferiblemente dejando a su oponente postrado y a merced de nuevos y duros golpes, como se acostumbró a ver en las peleas de Mike Tyson en los cuadriláteros de sus casinos de Atlantic City, cuando era uno de los principales promotores del boxeo profesional. En ese momento, Trump tenía un asiento en primera fila para ver al boxeador destrozar a sus oponentes uno tras otro con la potencia y la velocidad de sus golpes. Y, aún más importante, comprendió cómo su pose intimidante y su porte asesino pueden destruir el espíritu y la valentía de un oponente, incluso antes de que suene la campana que da inicio a la pelea.
En los últimos meses, se han empleado diversos enfoques para confrontar a Trump cada vez que avanza con una nueva oleada de aranceles, blandiendo cifras que, de implementarse, podrían tener el poder de destruir las economías nacionales y generar una conmoción global. Algunos han intentado la conciliación, otros creyeron que podrían negociar tarifas más "justas". Hasta ahora, casi todos han logrado solo un puñado de nada. Y siguen a merced de las nuevas y reiteradas amenazas de Trump, incluso cuando han aceptado algunas de sus demandas. Tomemos el caso de Corea del Sur, que acordó trasladar una parte significativa de la producción de Hyundai a Estados Unidos, pero finalmente se enfrentó a un arancel del 25%, el mismo que se impuso a Japón y otros países que no habían hecho concesiones.
El problema, además, es que ya está claro que Trump seguirá aprovechando su posición de fuerza hasta que nadie se le enfrente en igualdad de condiciones. Y si actualmente se imponen aranceles contra la Unión Europea con el pretexto de que Estados Unidos quiere equilibrar la balanza comercial entre ambas orillas del Atlántico, es probable que el mismo chantaje se utilice con otros fines en el futuro. Cualquiera que ceda ante Trump ahora estará a merced de nuevos aranceles, como represalia por dejar de comprar armas a Estados Unidos o por decidir confrontar y regular a las grandes empresas tecnológicas estadounidenses.
Por eso, la Unión Europea, aunque pueda sufrir a corto plazo una caída de las exportaciones en algunos sectores, debe mantenerse firme y valiente. Mientras Donald Trump se centra en los logros inmediatos, Europa debe mirar a largo plazo, empezar a buscar alternativas para su producción y fortalecer su autonomía estratégica.
Las crisis, como sabemos, pueden transformarse en oportunidades. Sobre todo cuando, en este caso, permiten esclarecer las verdaderas intenciones de unos Estados Unidos solo interesados en volver a ser grandes, sin importarles los intereses de sus supuestos amigos y aliados.
Aunque sigue siendo un bloque económico líder, la Unión Europea ha ido perdiendo parte de su importancia geoestratégica en los últimos años debido a las divisiones emergentes y a unos procesos de toma de decisiones excesivamente burocráticos y opacos. Ahora, si tiene el coraje de enfrentarse a Donald Trump, tendrá la oportunidad de recuperar parte de su importancia perdida. Y, con determinación, invertirá en innovación, diversificará mercados y establecerá puentes y alianzas con otros países perjudicados por la política de "América Primero", como ya está sucediendo, por ejemplo, con Japón e Indonesia.
Teniendo siempre presente que la distinción no puede ser solo económica. La resistencia y la valentía frente a Donald Trump solo tendrán sentido si también sirven para reafirmar los valores democráticos de Europa, la justicia social y el respeto por los derechos humanos.







