Musk-Trump: un conflicto en la constelación de derecha

El choque entre Elon Musk y Donald Trump —dos egos inmensos que antaño fueron aliados— no es solo un episodio de ruptura entre dos personas. Es también un síntoma de una divergencia en la constelación político-intelectual que cuestiona los cimientos del liberalismo democrático, esta «internacional reaccionaria», como la expresó Emmanuel Macron.
De hecho, no es un bloque cohesionado. Cuenta con al menos tres grandes grupos ideológicos: los ultraconservadores cristianos, los populistas identitarios y los tecnolibertarios. Sin embargo, todos convergen en el rechazo del legado de la Ilustración: la razón universal, la igualdad de derechos y la ciencia como base para la toma de decisiones políticas.
Musk encarna el ala tecnolibertaria. Cree en una meritocracia tecnológica que se opone al Estado. Considera la libertad absoluta de expresión como una herramienta tanto para la emancipación como para la desregulación total. Trump encarna el resentimiento populista, nacionalista y autoritario. Moviliza a su gran número de seguidores contra las élites culturales, los inmigrantes y los derechos civiles, y utiliza al Estado para imponer una moral conservadora (a pesar de su historial de "vicios" privados).
La tensión entre ambos muestra que esta nueva derecha radical no es monolítica. Incluso es contradictoria. Los integristas católicos desconfían del transhumanismo y de la cultura libertaria de Silicon Valley, por ejemplo, y los populistas identitarios defienden un Estado fuerte, que los libertarios desprecian.
Pero todos pretenden reescribir los cimientos de la vida en común. Utilizan redes sociales (controladas por ellos mismos, en algunos casos, como Musk), plataformas de vídeo, centros de investigación ideológicos, influencia universitaria y canales de desinformación.
El conflicto entre Musk y Trump puede interpretarse como una lucha interna por el futuro de esta nueva derecha. ¿Estará liderada por un populismo nacionalista burdo que se basa en el resentimiento y el aislamiento? ¿O por una élite tecnológica hiperindividualista que sueña con ciudades privadas, monedas digitales y una escapada a Marte?
El desafío que todos ellos plantean no es solo político, sino también de civilización. Y la pregunta es si las democracias estarán a la altura de responder a ellos, o si observarán, impotentes, cómo se fragmenta el orden liberal que las ha sustentado desde 1945.
observador